Por: Moisés Alejandro Caballero
México año 2011. Tres años antes y en cada primavera
mi amigo insistía, “vamos a hacer el Camino”, -¿qué diablos es eso del camino?-,
“el camino de Santiago de Compostela”, -no, se dé que hablas-. Me prestó una
película en ingles que se llama “The Way”, leí a Pablo Cohelo, me envió páginas
de Internet con información y finalmente me dijo “Yo te pago el avión. Este año
es el Jubileo”. Me despedí de mi mujer y de mis hijos e iniciamos el viaje, 12
horas después aterrizamos en Barcelona; “¿¡Barcelona!?, ¿que estamos haciendo
en Barcelona?”, ¡que mejor! Pensé; nos paramos frente al mar puse mis rodillas
en la arena húmeda y con mis labios toqué el agua, andando llegamos a su
majestuosa catedral gótica, ahí, compramos por un euro un acordeón de papel que
por un lado tiene una cuadricula y por el otro un mapa que indica las diferentes
rutas de peregrinación a Santiago de Compostela, recibimos nuestro primer
sello. Al día siguiente y con boletos en mano nos disponíamos a abordar un tren
que nos llevaría a Sarria donde iniciaríamos nuestro peregrinar. “Se cancelaron
todas las salidas, el bosque estaba incendiado”. Le propuse a mi amigo
“¡Vámonos a Ibiza!”, “No, yo vine a hacer el camino y llegaré a Compostela”.
Nos subieron a un autobús que pretendía recorrer España de sur a norte en una
noche y lo logro; sorteado el incendio y un corto tramo en tren llegamos a
Sarria, al siguiente día iniciaría nuestro camino. En cada paso bromeábamos y
reíamos, con los kilómetros se nos acabaron las palabras, la mochila se hacía a
cada paso más pesada, los zapatos se calentaban, en el horizonte se veía la torre
que te recibe en Portomarín, poco antes del puente me tiré de espalda en el
suelo y le dije a mi amigo -ya no puedo-, los caminantes pasaban y decían “Buen
Camino, Buen Camino, ya falta poco”, tirado en el suelo como una tortuga boca
arriba, pensé, nadie va a cargar mi mochila, con la mano de mi amigo como
soporte me levanté y con mi último aliento llegué al pie de la escalinata de la
torre que te recibe en el pueblo, un caminante me dijo “llevas mucho peso amigo”,
a duras penas subí la escalera y una vez en el hostal, abrí mi mochila y me
di cuenta de todas las cosas innecesaria que llevaba cargando, mis botas nuevas
me sacaron ampolla sobre ampolla, las deje en el camino. Al siguiente día mi
amigo inicio su peregrinar a las 6 de la mañana, yo me subí a un autobús rumbo
a Palas de Rey. Esperando a mi compañero y solo en la plaza principal, abrí mis
sentidos para escuchar lo que me quería decir el Camino, pero no entendí nada;
mi amigo llego ya entrada la tarde y le dije “Yo ya no voy a caminar”, pero el
Apóstol tenía otros planes para mí, al día siguiente aun de madrugada mi amigo
continuo su andar, así que me dirigí al bar de la esquina para desayunar una
café con leche y una rebana de empanada, pague un par de euros a una camioneta
para que se llevaran las mochilas a Arzúa, eran las 7:30 hrs., el autobús de
pasajeros salía a las 12 del medio día, los caminantes salían y desde lejos me
decían “Mexicano, Buen Camino”, finalmente a las 8:30 botella de agua en mano y
dos barras de chocolate en el bolsillo del pantalón, caminando tome la ruta
hacia Arzúa, pasando por Melide y su pulpo gallego, las pequeñas iglesias que
te encuentras revelan si eres observador, las marcas de los constructores. En
mi andar, encontré muchas personas que en momentos me acompañaban, después se
quedaban atrás o avanzaban más rápido. Por la noche llegué a Arzúa, encontré a
mi amigo y compartimos anécdotas de la travesía con caminantes de diversas
partes del mundo, esas almas que confluimos en ese punto del tiempo compartimos
la magia del camino entre risas y cantos. Al siguiente día llegamos a Santiago
de Compostela la inmensa Catedral impone desde que la observas a la lejanía.
Una de las puertas laterales tiene en su parte superior un Crismón diferente,
no es el Alfa y Omega, este en su configuración dicta: Omega y Alfa -el que
entra por aquí muere y vuelve a nacer- renacido, llegué a la columna del
peregrino, misma que fue tocada por San Francisco de Asís, fui a la tumba del
Apóstol Santiago y subí una pequeña escalinata para abrazar su imagen, en la
misa del peregrino seis monjes jalaban una gran cuerda que impulsaba el
movimiento del Gran Botafumeiro, el cual con la velocidad de su trayectoria me
hizo creer que los monjes dejaban el suelo. Tumbado en la plaza del Obradoiro
mientras caía la noche, los fuegos artificiales iluminaban el cielo y se
llevaba a cabo la fiesta del Jubileo, entendí lo que el Apóstol Santiago me
quería enseñar en el Camino y así fue: “Nadie te va a ayudar con tu carga,
debes deshacerte de lo que no te deja avanzar, viaja ligero”, “no tengas apego por las cosas, ya que te pueden sacar ampollas”, “las
personas que te acompañan, en algún momento encontraran su paso y te dejaran
para que tu encuentres el tuyo”, “si te pierdes, solo busca una fecha amarilla
y síguela, al final; te estará esperando Santiago de Compostela".
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